viernes, 11 de julio de 2014

Abogado y político ejemplar



Por: Víctor Manuel Pérez Valera

 


Abraham Lincoln 16° presidente de los Estados Unidos (1861-1865), nació en el condado de La Rue, Kentucky, el 12 de febrero de 1809. Creció en el seno de una familia de campesinos pobres. Desempeñó varios oficios: fue leñador, comerciante, constructor de vías férreas, fue capitán de ejército durante la guerra del Halcón negro. Su gran hazaña fue salvar de la horca a un indio viejo, que sus propias gentes querían ejecutar, a pesar de que poseía un salvoconducto. Entre sus múltiples ocupaciones se daba tiempo para estudiar derecho.

 

A la postre ingresó en la política, fue diputado por Illinois. En 1836 comenzó a ejercer como abogado y muy pronto adquirió un gran prestigio. No obstante que nació en un estado esclavista se opuso a la esclavitud: él y otro colega de la Cámara baja de su Estado firmaron un dictamen contra la esclavitud. En 1846 fue elegido miembro del Congreso Federal y allí se distinguió por sus clara y duras críticas a la guerra contra México. Para luchar más decididamente contra la esclavitud decidió ingresar al recién fundado partido Republicano. Finalmente en 1860 fue candidato a la presidencia y obtuvo la mayoría de los votos.

Siete estados del sur decidieron separarse de la Unión y formaron los Estados Federales de América. Tras fracasar el dialogo con los separatistas, estalló la guerra civil. Tras varias deplorables derrotas, finalmente con el general Ulysses S. Grant puso fin a la guerra en 1864. Lincoln nombró a Edwin M. Stanton como Secretario de guerra, quien lo trataba con gran desprecio: lo llamaba públicamente “astuto payaso” o “el gorila original”. Su burla llegaba al colmo cuando vociferaba que el que buscaba al eslabón perdido era un tonto si lo buscaba en África, cuando era tan fácil encontrarlo en Springfield, Illinois. Lincoln soportaba con paciencia todas esas puyas. No obstante esto le ofreció el puesto de Ministro de Guerra y además lo trató con gran cortesía. Los amigos de Lincoln le decían: cuando llegaste al poder creíamos que ibas a destruir a tus enemigos. Lincoln les respondía, es lo que estoy haciendo cuando a mis enemigos los hago amigos. ¡Qué gran contraste con el espíritu de venganza de muchos de nuestros políticos! Con razón Lincoln solía decir que casi todos podemos soportar la adversidad, pero si quieren probar el carácter de un hombre, denle poder. Cuando asesinaron a Lincoln, Stanton hizo la guardia de honor ante su cadáver y estuvo llorando y al salir del velatorio comentó: “Nunca ha existido un hombre de estado tan grande como éste”.

Cuando Lincoln tomó la decisión de afrontar la guerra civil un consejero le dijo: “Señor presidente, espero que Dios esté de nuestra parte”; a lo que contestó Lincoln: lo que espero no es que Dios este de nuestra parte, sino que nosotros estemos de parte de Dios”.

Durante 25 años ejerció la profesión de abogado, y llevó cientos de casos. Se dice que no perdió ninguno. Ante todo, el aconsejaba la diligencia, la plena dedicación al asunto. Solía decir: “hagas lo que hagas hazlo bien”, pues al final lo que cuenta no son los años de tu vida, sino la vida de tus años.

Desalentaba la litigiosidad. Aconsejaba a sus clientes que trataran de llegar a algún acuerdo. La mediación ofrece al abogado la oportunidad de ser un hombre de bien. También observaba que algunas veces el ganador de un caso era en realidad un perdedor, se ganaban enemistades, se perdía tiempo y el dinero de los honorarios.

Lincoln recomendaba cultivar el arte de la oratoria. Hablar elocuentemente en público consolida lo justo de la causa. Él fue un gran orador: no caía en la verborrea, sino era conciso en su argumentación. Un ejemplo es su discurso de Gettysburg, que por muchos es considerado una de las piezas oratorias mejores de todos los tiempos. El gran orador que lo precedió habló durante dos horas, el discurso de Lincoln duro tres minutos.
En suma, Lincoln tenía una gran estima por la abogacía y la política, si bien en su tiempo, como ahora, son considerados, y en concreto en nuestro país, como los profesionistas más corruptos. Si alguien quiere lucrar con estas profesiones, mejor que se dediquen a otra cosa.  


domingo, 6 de julio de 2014

Memorial del engaño


 Por Mario Wainfeld



El libro se llama Memorial del engaño, se publicó recientemente, su autor es J. Volpi. Está escrito en primera persona y presentado como una autobiografía del susodicho. El hombre se autorretrata como un genio del sistema financiero, que está en apuros. Se describe como uno de los tantos talentos que generaron plata del aire en el glorioso siglo XXI y que se vino abajo a partir de la quiebra de Lehman Brothers. Fue acusado por las autoridades de haber cometido un desfalco de 15 mil millones de dólares. El tipo bromea, sin restarse lustre: es menos que los 65.000 millones que dejó Bernard Madoff, pero no es poca cosa. Fugado y escondido en un paraíso fiscal, Volpi comparte su vida en un relato que incluye una mirada cínica y amable sobre el mundo de la especulación financiera, Wall Street y la lógica económica que domina el mundo.
El texto interesa al editor, se publica. Lejos de la excitación autodestructiva de El Lobo de Wall Street, Volpi es un sujeto extremadamente racional que trabaja sobre las debilidades humanas, la credibilidad, la laxitud o inexistencia de los poderes políticos en los que no cree. Defiende su praxis, la desnuda, la cuenta como un mago retirado que describe sus trucos.
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Volpi escribe y sintetiza: “¿Se puede hacer dinero de la nada? Los alquimistas antiguos trataron de transmutar el plomo en oro a través de un arcano mecanismo de trasmutación. (...) A diferencia de sus ancestros, nuestros modernos alquimistas financieros renunciaron a cualquier materia prima y en su lugar conjugaron etéreas fórmulas matemáticas para enriquecerse a voluntad. (...) ¿Su objetivo? Crear millones de dólares del aire”.
Se puede, claro que sí. El mayor portento, “la mayor belleza”, es ganar millones sin poner un dólar, jugando con la plata de los otros.
Se puede, con tiempo e ingenuidad de los inversores a favor.
Volpi lo consigue, lo va narrando. Las hipotecas subprime son como los famosos tulipanes de Holanda, los principios son los mismos, las cantidades se potencian.
Lejos de ser un sujeto descontrolado y casi salvaje como el personaje que interpreta Leonardo DiCaprio, Volpi es un sujeto sensato, un mecenas que promociona las bellas artes, un amante de la lírica.
Cuando la burbuja se pincha, deja en banda a los inversores, hurta su cuerpo, se salva.
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El libro juega con el engaño del título. Jorge Volpi es un intelectual y escritor mexicano, no el magnate que afecta ser. La obra es, en gran medida, un texto de ficción. El magnate que la cuenta no existe o, por mejor decir, no existe exactamente.
El subterfugio, que forma parte de una serie de cajas chinas, sirve para presentar en primera persona la lógica del sistema financiero, su perversión extrema. También su sencillez última.
La impunidad que logra el protagonista se parece mucho más a la realidad que las incursiones de Hollywood en ese tema.
El libro suma otros encantos, algo exóticos a esta columna. Se mencionan sólo al pasar, para recomendarlo. Por razones subjetivas, el protagonista explora la vida de su padre y con ella la fundación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Llega, con una interesante investigación histórica, a develar debates de la época y también a escudriñar infiltrados asombrosos en su estructura original.
Nada es lo que parece, nada es tan intrincado. La codicia de personas del común, la falta de regulaciones, la astucia de un puñado de canallas construyen una realidad virtual que barre con patrimonios familiares y hasta con países.
Se aconseja la grata lectura de Memorial... El cronista cree que enseña más sobre la catástrofe económica financiera que mucha literatura técnica especializada.
Que ilustra mejor que sesudos editoriales de diarios de postín.
Lectores o lectoras pueden alzar la guardia: suponer que un libro de ficción no puede superar tantas miradas expertas, a los masters o doctores en Ciencias Sociales, a la voz calificada de los expertos. No vayan a creer...