La relación de las
personas con el dinero no suele ser buena, porque de pequeños aprendimos que es
un tema del que no hay que hablar, o algo peor: la fuente de todos los males.
De modo que lo que hicimos fue… ¡ignorarlo! Pero, ya adultos, el dinero se hizo
presente en casi cada acto de la vida y ahora no sabemos nada de cómo ganarlo,
gastarlo, ahorrarlo, invertirlo… Somos analfabetos financieros, y ahí empiezan
los problemas. Cometemos errores de bulto, elementales, debido a esa mala
educación, y reforzamos creencias sobre el dinero que, además de no ser verdad,
arruinan a las personas. Todos mantenemos una relación con el dinero, tengamos
el que tengamos. Estamos hablando de cómo se siente una persona cuando piensa o
habla de él. A unas personas les cae mal, y a otras, bien; y la mayoría tiene
una relación de amor-odio, porque todo el mundo lo quiere, pero la mayoría está
enfadada porque no tiene el suficiente. En cualquier caso, es necesario tener
claros ciertos conceptos para evitarnos problemas.
Llevarse bien con el
dinero es importante. Cuando una persona se enemista con alguien o simplemente
está enfadada, la otra persona lo rehúye. Con el dinero ocurre igual. Si una
persona declara: “El dinero no es importante para mí”, el resultado más frecuente
suele ser números rojos en su cuenta bancaria.
Cuando
las personas hablan mal del dinero, o se sienten mal cuando piensan en él, o
critican a quienes lo tienen, se están negando la posibilidad de tenerlo algún
día. El inconsciente toma nota y establece una protección de lo que se le
presenta como un problema y, en consecuencia, lo rechaza. Y la persona
empobrece poco a poco.
Tal vez es hora de hacer
las paces con el dinero. No se trata de alimentar la codicia o la avaricia,
sino de resolver un problema muy frecuente. El dinero tiene su importancia; es
vital, por ejemplo, para sacar adelante a una familia. Y resulta que no hemos
dedicado tiempo para aprender cómo funciona y cuáles son sus reglas.
Examinemos algunas de
las peores creencias que hemos encontrado y que perjudican la economía de las
personas: el dinero es fuente de problemas. El dinero te estropea, te hace mala
persona y egoísta. No se gana dinero haciendo lo que gusta. El dinero no te
hace feliz. Para que alguien gane dinero, otro ha de perderlo. No es posible
tener dinero y ser espiritual o buena persona. Todos los ricos son malas
personas o roban…
No hay suficiente
espacio aquí para aclarar estos prejuicios sobre el dinero, pero animamos a
cualquiera a reflexionar sobre estas pésimas recetas financieras. Es obvio que,
estando de acuerdo con todo, o con algo, de lo mencionado anteriormente, uno se
sienta molesto o enfadado con el dinero. Y cuando uno se enfada con él, como el
dinero tiene amor propio, ya sabemos qué ocurrirá: sí, ¡se irá a otro lado!
El éxito financiero es
una ciencia, aunque no exacta, que todos podemos aprender, porque deja pistas y
tiene referentes. Y sigue unas reglas que están escritas en infinidad de
libros. Tal vez algún día exista una asignatura sobre este tema en la escuela
con una formación elemental que enseñe a emprender y vincule valores y dinero,
algo que se tratará al final del artículo.
También, aunque hay que
buscar más por ser menos frecuentes, se encuentran creencias que benefician la
prosperidad de las personas: “Donde está tu pasión está tu fortuna. La economía
mejora cuando la persona mejora. Reaprender es la mejor inversión en uno mismo.
El mayor activo financiero es la habilidad para crear ingresos. La llave a la
libertad financiera es un negocio propio. El dinero te da libertad, la
felicidad te la das tú…”.
Para resumir se debe
señalar que las dos listas de creencias (a favor y en contra) conducen a las
personas a unos resultados muy diferentes. En un caso se cambia tiempo por
dinero; en el otro, conocimiento por dinero. Como uno es limitado y el otro
ilimitado, los resultados son muy diferentes.
En la formación reglada
te animan a trabajar, pero no a ganar dinero; en las facultades te enseñan una
profesión, pero no a vivir de ella… para cubrir ese detalle tan importante hay
que buscarse la vida fuera del circuito convencional. La propuesta es que las
personas se formen mínimamente en marketing y ventas, emprendeduría, y que
aprendan las diferencias entre gasto e inversión, deuda buena y mala, ingresos
residuales y ganados, flujo de caja y plusvalía, activo y pasivo, autoempleo y
negocio…
La inteligencia
financiera es un subproducto de la educación financiera: a más educación, más
inteligencia. Para desarrollar esa inteligencia (percibir diferencias sutiles)
es indispensable formarse y entender conceptos económicos básicos. Leer libros
de gestión del dinero ayuda. Porque en la escuela no nos enseñaron nada sobre
el dinero, y en casa, casi siempre, tampoco.
Pero además debemos
tener en cuenta que las palabras sirven para describir la realidad, y ahora
sabemos que también para transformarla. ¿Cómo? Si alguien quiere cambiar sus
experiencias, ha de cambiar las palabras que usa. Somos nuestras palabras, lo
que decimos (y, por tanto, creemos). Nuestro vocabulario nos define, nos
retrata. Se puede comprobar que las personas felices y las prósperas hablan un
dialecto propio, y las que no lo son también tienen el suyo.
Las palabras son
herramientas que pueden hacernos ricos o pobres: son una palanca para ambas
cosas. Podríamos decir que las palabras son gratuitas, pero pueden costarnos
dinero. Palabras pobres, resultados pobres. Palabras prósperas, resultados
prósperos. La pobreza tiene un vocabulario, y la riqueza, otro.
Por ejemplo, hay
palabras muy pobres, como: fácil, difícil, suerte, imposible, fracaso,
intentar, miedo, crisis, subvención, problema… Y palabras muy prósperas, como:
misión, compromiso, servir, confianza, crear, pasión, talento, oportunidades,
aprender, idea, solución… Por las palabras y expresiones de una persona podemos
imaginar sus creencias, y no es arriesgado decir que el vocabulario condiciona
nuestra prosperidad porque refleja en qué creemos y cómo y por qué luchamos.
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