Se
reproduce el artículo denominado Otro
País escrito por Macario Schettino la semana pasada:
Al
término del período muy acelerado de reformas legislativas, la reforma
energética tiene tres dimensiones diferentes; todas ellas de gran importancia.
La primera es la dimensión económica, muy relevante. La apertura del sector energético (que es mucho más que la simple
extracción de petróleo) es fundamental para que México pueda aspirar a competir
en el mundo actual. Ya no tenemos abasto suficiente de energía, al grado de que
hay empresas que no vienen a México porque no tenemos gas natural para su
funcionamiento. La reforma permitirá invertir a diferentes actores para que
cubran este faltante. Quienes se quedan sólo en el asunto petrolero no alcanzan
a ver esto, que es fundamental. En el tema de petróleo, lo relevante es la
renta, nada más, y ésa sin duda será mayor para México, porque Pemex no paga
tanto como se cree, y su producción ha bajado. Ahora podrá producir más, y
pagará al menos lo mismo, tanto Pemex como las empresas que vengan a asociarse,
o a trabajar solas. Ganamos en todos los casos.
La segunda dimensión es el cierre del proceso reformador, que está
determinado por el Pacto por México. Las primeras reformas de la actual Legislatura no son, estrictamente, del
Pacto (laboral, amparo), y las últimas tampoco (política, energética). Pero
tanto ésas, como todas las de en medio, estuvieron marcadas por este mecanismo
de negociación que fue una idea brillante, cuyos promotores (PRD) no supieron
cosechar.
Al respecto de este proceso de reformas, las opiniones de los colegas son
muy pesimistas. Mauricio Merino, por
ejemplo, que festejó en estas páginas la de Transparencia, hace unos días nos
decía se siente ajeno a lo que pasa, creo que por la reforma
político-electoral, que extiende su sombra a todas las demás. Coincide con él Ciro Murayama, que antes había celebrado
la fiscal, que en amplios sectores fue repudiada. Por ejemplo, por Leo Zuckermann, mientras Carlos Elizondo encuentra muchos errores
en la de Telecomunicaciones. Ya no me extiendo. Diversos colegas encuentran una
u otra reforma con demasiadas fallas, y se preguntan si no hubiese sido
preferible dar más tiempo para perfeccionarla. Pero a la hora de juntar a todos
ellos, ninguna reforma hubiese salido: todas
requerían más tiempo, mejores ideas, visión más amplia.
Dice un refrán que “lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Creo que aplica
perfectamente. Lo que se logró este año en México es espectacular: diez reformas
profundas y varios cambios adicionales que en un año normal hubiesen sido muy
celebrados, y que ahora apenas si se notaron. Todas las reformas pudieron
haber sido mejores, y algunas nos pueden haber complicado más la vida, como es
el caso de la parte electoral. Varias de ellas pueden tener conflictos entre sí
que sólo se percibirán claramente con el tiempo. Pero ya nos movimos, y eso,
por sí mismo, es de la mayor importancia.
Pero no sólo es ese movimiento, sino que buena parte de las reformas son verdaderos
avances. La educativa lo es, aunque sólo llevemos la parte laboral, que era
indispensable para entrar al tema de fondo. Lo es la de Telecomunicaciones,
aunque tenga el mismo defecto de la electoral, modelos híbridos posiblemente
inestables. La financiera me sigue pareciendo histórica, y la fiscal no me
desagrada, aunque haya sido parcial. A diferencia de la mayoría de mis colegas,
yo soy muy optimista.
Y esto me lleva a la tercera dimensión de la reforma energética: el
cambio mental. Hemos enterrado, con esta reforma, el elemento central del
nacionalismo revolucionario. Termina el proceso de indecisión entre el pasado y
el futuro. Del anuncio del TLC con Estados Unidos en 1991 a la reforma energética
en 2013. Poco más de dos décadas para desmontar al viejo régimen. En medio
desapareció la estructura autoritaria, y vivimos la dispersión del poder,
requisito de la democracia.
Pero la izquierda no pudo negociar esta reforma. Para ellos, este tema era
moral, no político. Por eso no tenían argumentos, sino acusaciones de traición. Y a esta tumba moral fueron arrastrados
los moderados. Pudo lograr mucho la izquierda, pero prefirió el sacrificio
ritual.
Por eso la democracia exige un estado laico, porque las creencias morales y
religiosas no dan espacio a la política, sino a la violencia y el
enfrentamiento. Es lo más importante de esta reforma: dejamos atrás la religión de la Revolución, tenemos enfrente el
futuro de la democracia. Un gran momento.
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