Todo cambia y todo acaba, la existencia no consiste solo en resolver las
dificultades cotidianas. La clave es saber construir nuestro propio proceso
vital, ser los protagonistas del recorrido.
Por: Xavier Guix, El País Semanal. 20/IV/14
Sentado ante mí tengo a Ulises que me cuenta su
larga existencia, sus aprendizajes, aventuras, desvelos y orgullos. Ha sido un
hombre afortunado por los dioses, a pesar de lo difícil que se lo pusieron.
Llegar a ser un hombre sabio, un mito, ha conllevado una travesía rica y dura a
la vez. El regreso a casa llegó después de mil adversidades y algunos golpes de
fortuna. Al final, me dice Ulises, todo acaba siendo una confrontación con uno
mismo. Los hechos y acontecimientos que vivimos sirven de espejos de nuestra
interioridad. Lo que ocurre ahí fuera suele encajar poco con nuestras
expectativas e ilusiones. Solo una confianza ciega en la vida misma, sus
conocimientos y también sus misterios pueden amedrentar los fantasmas del
miedo, la desesperanza y el olvido.
Lo que la juventud tenía que
encontrar fuera, el hombre del atardecer tiene que encontrarlo dentro” Jung
Desposeído de patria y familia, Ulises cultivó el
coraje, la astucia, la amistad y el honor desoyendo los cantos de sirena que
pretendían minar un alma que bebió tragos amargos de nostalgia. A Ulises se le
humedecen los ojos al recordar tanta melancolía. El camino del desapego es el
más duro de todos. Ese es el gran viaje. Desabrazar los algodones del amor para
volver a él, transformado. Igual que uno va creciendo, este sentimiento también
lo hace para hacerse esencia. Del afecto blandengue al amor duro, el que no
teme, el que se da, el que se conmueve. Un apego que expresa lo que fuimos y lo
que ya somos. Cada elección que hacemos en la vida, apoya o niega este
penetrante hecho.
Ítaca, la tierra que vio partir a Ulises es el
símbolo del viaje de la vida (salida, lucha y retorno). Es un camino de
transformación, la conquista de uno mismo que no pasa solo por conocerse, sino
por desvelar su naturaleza más esencial, convertirse en un Seeker of true, un
buscador de la verdad. Aunque el viaje lo empezamos nada más nacer, suele ser a
mitad de nuestra madurez cuando tenemos una mayor conciencia de la vida como
proceso. Ya ha habido un antes y queda todo un después. Perdimos la inocencia
por el camino al descubrir que existe el abandono y que la abundancia un día se
acaba. Huérfanos, vagabundeamos intentado encontrar nuestro lugar en el mundo.
Luchamos contra las adversidades e intentamos encajar en los modelos sociales
imperantes.
Fue uno
de los poemas del escritor griego Constantino Cavafis, una de las figuras
literarias más importantes del siglo XX. En la década de 1960 se convirtió en
un icono de la cultura gay. El cantautor Lluís Llach adaptó el poema en 1975.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca: llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino; mejor será que dure muchos años, y que
llegues, ya viejo, a la pequeña isla
Cansados de guerrear llegamos a
la gran pregunta: ¿qué sentido tiene la existencia si sigue llena de horas de
vacío, de días de insatisfacción, decepciones y de cambios inesperados que
revientan de cuajo toda expectativa? ¿Qué sentido tiene si uno ya ha realizado
todos sus deseos? ¿Qué más hay que no sea una mera repetición? ¿Hay algo ahí
fuera que sea total e infinito? No cabe duda que esta vez intuimos que el
camino a recorrer va de puertas hacia dentro. Hay que desalojar, deconstruir el
personaje para adentrarse en las entrañas de una pregunta: ¿quién soy yo?
Para muchas personas el reto es
un camino de vida. Para otras un riesgo, un temor a descubrir aspectos
desconocidos que puedan ensombrecer su vida actual. La búsqueda de respuestas,
el anhelo de cambiar encuentra pronto su resistencia. ¿Cuánta verdad somos
capaces de soportar? ¿Y si uno se pierde por el camino? ¿Y si se trata de un
engañabobos? Aparece el conservador, el miedoso, el “quejica” y el perezoso. En
lugar de ir hacia el amor, se deambula por el miedo. De la intención se pasa a
la justificación. La fuerza, en lugar de estar en el acto, se esconde en la
mente.
La mente es experta en crear
ilusiones o autoengaños. Juega incesantemente a la dualidad, lo que mantiene en
vilo nuestras decisiones. Es como preguntarse: ¿qué prefieres, un anillo roto o
un anillo falso? Así son muchos de nuestros pensamientos: fragmentados o
ilusorios. Nada es completo, ni nada es auténtico en los juegos de la mente.
Sin embargo nos enredan, confunden, seducen. Pueden hacernos ver lo que no
existe, convertirnos en enfermos imaginarios, amedrentarnos o paralizarnos con
tal de resistirse a salir de nuestras zonas de comodidad.
Ante el reto de vivir, dice
Ulises, hay cinco cosas que no hay que empeñarse en variar:
1. Todo cambia y todo acaba.
2. Las cosas no siempre suceden como las habíamos
planeado.
3. La vida no siempre es justa.
4. El dolor forma parte de la vida.
5. La gente no es siempre amorosa y leal.
El camino de la aceptación, de
reconocer que lo que es, lo es, acaba siendo más beneficioso ante las falsas
ilusiones. Ulises fue astuto al jugar con el engaño, por eso ideó el caballo de
Troya. Les dio a sus oponentes la ilusión que necesitaban ver, sucumbiendo al
final por su propia ceguera. Una cosa es tener ilusión y la otra vivir de
ilusiones.
Aquello que llamamos realidad no
es más que la pantalla donde se refleja nuestra interioridad. Solo que a veces,
lo que vemos fuera lo negamos dentro de nosotros mismos. A eso se le llaman
nuestras sombras y proyecciones. Vemos en los demás lo reprimido en nosotros, o
ensalzamos ideales y virtudes de las que nos sentimos desposeídos, o nos
hacemos los serios para ocultar deseos indecorosos. Como diría Juan Ramón
Jiménez: “Yo no soy yo, soy este que va a mi lado sin yo verlo”.
La inteligencia suprema es no
tener ilusiones” Jiddu Krishnamurti
Ulises recuerda que ese viaje, el
interior, no puede hacerse con prisas. ¡Que seas viejo cuando alcances la isla!
La riqueza está en el camino y no en la llegada. En ese encuentro con nosotros
mismos, con nuestros tesoros y nuestros dragones se encuentra la llave de la
sabiduría. Adentrarse sin miedo en lo inconsciente. Arrojar luz en la
oscuridad. No temer a nuestras sombras. No engañarse con falsas ilusiones. Ese
es el viaje del héroe, el que avanza hacia sí mismo para transformarse.
Los alquimistas son el símbolo de
la unión de los elementos para lograr el material más puro y noble. En nuestra
vida psicológica se trata de la unión de los opuestos. Ulises ilustra con
algunos ejemplos:
- El vacío interior esconde tras de sí la misma
cantidad de plenitud.
- El proceso de integrar consiste en contener, no en eliminar. A veces somos muy duros con nosotros mismos al exigir la eliminación de todas nuestras deficiencias.
- La totalidad es lo completo, no lo perfecto (Jung).
- Lo que nos hirió, también nos concienció.
- El proceso de integrar consiste en contener, no en eliminar. A veces somos muy duros con nosotros mismos al exigir la eliminación de todas nuestras deficiencias.
- La totalidad es lo completo, no lo perfecto (Jung).
- Lo que nos hirió, también nos concienció.
El viejo Ulises se queda en
silencio. Cierra los ojos. Entra en conexión con el momento presente, el ahora
y el aquí en toda su rotundidad. Su semblante es sereno y a la vez emerge de su
presencia una enorme intensidad. Entonces comprendo que los discursos, los
pensamientos y las norias emocionales solo podrían enturbiar ese momento
sagrado. Teilhard de Chardin escribió: “Nos pasamos la vida esperando el gran
día, la gran batalla o la gran hazaña del poder. Pero tal consumación externa
no le es dada a muchos, ni es preciso que así sea. Con tal de que nuestro ser
se tense apasionadamente dentro del espíritu en cada cosa, ese espíritu
emergerá de nuestros esfuerzos escondidos y sin nombre”.
Héroe es todo
aquel que ha vivido a través
del dolor y ha
sido transformado por él”
David Richo
El viaje a Ítaca no tiene que
significar la misma epopeya de Ulises. La vida no es una gincana, ni un
circuito de aventuras aunque a veces lo parezca. Más bien consiste en agrandar
paso a paso la conciencia, abandonando las esclavitudes del ego y abrazando lo
que trae cada momento. Entender que todo lo que se desvanece y muere en
nosotros nos devuelve la realidad con mayor pureza. Por eso, tanto la figura
del alquimista como el mago se consideran arquetipos de transformación. Desvelan
la luz que se esconde tras las sombras, que tan a menudo nos cuesta alcanzar a
comprender. Es la experiencia que sirve para saber lo que significan las
Ítacas.
La inspiración de este artículo
se basa en la ‘Odisea’ de Homero, así como en dos obras de David Richo: ‘Como
llegar a ser adulto’ y ‘Las cinco cosas que no podemos cambiar’.
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