viernes, 8 de noviembre de 2013

El proyecto de vida y carrera


 

La falta de propósitos laborales y personales en la vida mediatiza los ánimos de progreso y la motivación, induciendo en las personas estados de pasividad y resignación con daños superiores a los de cualquier exceso o insuficiencia, manteniendo a una gran cantidad de ejecutivos y funcionarios de amplias potencialidades al margen del progreso y la más plena realización; para muchos, en lo más íntimo de las reflexiones personales, es claro que no es falta de oportunidades o las características ocupacionales lo que limita el avance y el desarrollo personal, sino la indefinición de metas y objetivos personales y laborales lo que los ancla y mantiene pasivos y en no pocos casos, ingenuamente esperanzados.

        La principal diferencia entre una persona con grandes necesidades de seguridad y otra de logros relevantes es, en lo fundamental, la definición de expectativas y metas concretas en la vida. Muchos trabajadores reúnen similares capacidades, talentos y voluntades, emprendiendo sus compromisos laborales con entusiasmo equivalentes, si esto es así, ¿por qué algunos ven pasar sus mejores años sin alcanzar logros significativos en las áreas prioritarias de su actividad?

        ¿Cómo liberar y activar los recursos, talentos y capacidades de logro que cada uno posee? ¿Cómo acordar la más honesta colaboración con uno mismo de forma que se definan las condiciones y auto-compromisos necesarios para alcanzar el progreso, el desarrollo y la realización deseados?

        Para ubicar una respuesta concreta a las expectativas de avance y proyección, el ejecutivo o funcionario deberá:

-      Ubicar (si es el caso) la presencia de motivaciones y necesidades auténticas que exijan superar la inercia ocupacional y los diferentes obstáculos (circunstanciales y autoimpuestos) que mantienen desactivado o aletargados algunas de las más valiosas cualidades/habilidades personales y profesionales.

 

-      Comprometerse a alcanzar condiciones plenas de superación y progreso en los momentos “clave” de su vida personal y profesional.

 

-      Estar dispuesto a invertir sus mejores esfuerzos y energías en el análisis que le permita ubicar y descifrar su situación ocupacional actual y, en consecuencia, instrumentar las acciones específicas que reorienten el rumbo de su vida laboral a niveles de excelencia personal y profesional.

Estas tres condiciones se conjugan y toman forma en el escenario que conforman las metas y objetivos personales por lo que, la realización personal, en el más amplio sentido de la palabra, dependerá en su parte sustantiva, de que el ejecutivo o funcionario defina oportunamente metas personales y profesionales realistas retadoras, que en todo momento motiven el mejor de sus esfuerzos incluyendo el particularmente productivo “segundo esfuerzo”, en condiciones en que otros se dan por bien servidos.

Sin metas, el ejecutivo actuará con precaria eficiencia en la casi totalidad de las dimensiones que conforman su actividad personal y laboral, debiendo contabilizar la mediocridad y la frustración como constantes de una trayectoria errática y aleatoria.

Cuando el ejecutivo cuenta con 35 o 40 años, hace solo 15 que ha entrado en la etapa de AUTODETERMINACIÓN, lo que pone por delante más de la mitad de la vida productiva para ser orientada en dirección de las caras expectativas y anhelos de cualquier manera y cualquiera que sea la cronología de cada cual, lo cierto es que solo las metas y objetivos personales y ocupacionales tienen la prerrogativa de dar razón y sentido a la vida.

Podrían contarse sin exageración miles de casos de ejecutivos y funcionarios que viviendo la etapa autodirectiva de sus vidas, no están ni siquiera medianamente satisfechos con sus actuales logros y condiciones generales lo cual, al margen de ánimos derrotistas, se explica por el hecho, común a estas personas, consistente en la inhibición de sus propias energías y talentos que, en otras condiciones representarían recursos estratégicos en la búsqueda de logros y realización superiores.

De acuerdo con lo anterior, se antoja obvio que el ejecutivo debería tener claramente definido el sentido de su vida, especificando oportunamente adónde quiere llegar cuáles serán los medios y acciones intermedias que deberá instrumentar para lograrlo; en estas condiciones el ejecutivo estaría en condiciones favorables para superar los obstáculos y problemas naturales inherentes a todo proyecto de vida o carrera, así como para aprovechar aquellas oportunidades que, planeadas o circunstanciales, le acercarán al cumplimiento de los objetivos personales y profesionales con los que en algún momento estableció el más importante de sus compromisos.

El progreso permanente de cualquier persona en actividades laborales exige disponer de un esquema balanceado de metas personales y ocupacionales a largo plazo, instrumentado en planes de acción de corto y mediano plazo; sin embargo, la experiencia indica que aproximadamente sólo una de cada “100” personas desarrolla la visión, fortalece la disciplina y se dispone a invertir el tiempo y esfuerzos necesarios para formular un proyecto de vida y carrera integral, metódico y sistemático, más allá de deseos efímeros, fantasías inalcanzables y especulaciones estériles que, en última instancia, ni comprometen ni son capaces de dar sentido a cada uno de los días del esfuerzo laboral.

Cada uno de esos 99 casos, indefinidos y sentenciados al azar y la mediocridad, no precisan realista y objetivamente lo que debería ser el propósito de sus vidas, más allá de la mera subsistencia ocupacional, prefiriendo una criticable audacia que en los actuales escenarios de amplios retos y crecientes exigencias les obliga a cada paso, a los más intensos esfuerzos y frágiles improvisaciones para medio salvar los graves compromisos que en todas las dimensiones plantea la vida personal y ocupacional dándose cuenta, generalmente demasiado tarde, que si bien su nave no ha encallado, su ancla ha tocado fondos definitivos.

Resulta paradójico, pero cierto, que 99 de cada 100 ejecutivos o funcionarios, medren cotidianamente en lo inmediato y contingente de sus ocupaciones para más tarde enfrentar la “cruda” del tiempo perdido y su obligado efecto de confusión e irrecuperable retardo de proyección que los lleva a vivir vidas de autoreproche y callada resignación.

La ausencia de metas en la vida resulta tan dañina que, cuando se cae en cuenta de ello, los ejecutivos despliegan actividades intensísimas (hasta atropelladas) tratando de recuperar el tiempo perdido, implementando giros radicales en sus roles ocupacionales  los cuales, disparados más por la frustración y por la hipótesis irreal de “recuperar el tiempo”, los arrastra a aguas aún más turbias en las que fatalmente se ha de agotar el calendario de sus vidas ocupacionales.

La semilla de la más auténtica realización personal se siembra en preguntas vitales como: ¿Qué debo hacer ahora que me haga sentir plenamente satisfecho de mí mismo cuando a los 70 años haga un balance de mi vida? Cuando un ejecutivo define oportunamente metas claras y viables en su vida personal y ocupacional, el entusiasmo invade su actividad cotidiana, considerando que si las metas no empujan, sí halan la vida de aquellos que han tenido la disciplina para definirlas y el coraje para comprometerse con ellas.

Resulta paradójico, cómo una gran cantidad de ejecutivos crean sus propios campos de concentración mental, convirtiendo su actividad ocupacional en esfuerzos apostados a futuros tan inciertos como azarosos; estas personas viven suponiendo que los “dioses (amigos, conocidos, colegas, etc.), les serán propicios” sin embargo los efectos de esta postura tan ingenua como poco digna provocará más tarde o más temprano, que la voluntad de autodirección se confunda, se disipe y finalmente se rinda a las buenas voluntades.

En contraste con el incierto deambular de aquellos ejecutivos y funcionarios que no han señalado puerto preciso a sus mejores esfuerzos y capacidades, aquellos que han definido OPORTUNAMENTE él por qué y para qué de sus esfuerzos cotidianos, podrán enfrentar con confianza y altas probabilidades de logro, casi cualquier dificultad que pudiera surgir en su camino, pudiendo encuadrar ésta actividad acerada en la convicción valedera para todo tiempo y circunstancia: “Quién tiene un para qué…siempre hallará un cómo”.

Si el ejecutivo logra definir con razonable precisión sus metas en la vida personal y ocupacional, las dificultades que de una u otra forma deberá enfrentar, adquirirán la interpretación de retos, en tanto que los ineludibles tropiezos (inherentes a la condición humana) se tornarán en valioso aprendizaje: asimilar con firmeza esta convicción significará para el ejecutivo el ejercicio de uno de los más caros privilegios del hombre superior: LA AUTODIRECCIÓN.

De acuerdo con lo anterior, las metas en la vida son luz rectora sin ellas, todos los caminos son oscuros y cuando esto sucede la existencia entra en crisis, tomando la mediocridad y la resignación al mundo con las consecuencias de frustración previsibles.

Tomar el ejecutivo las riendas de su vida, no es cuestión de resurrección cotidiana, es asunto del más elemental sentido práctico al grado en que, para cualquier ejecutivo o funcionario un Proyecto de Vida y Carrera podrá hacer la diferencia entre una trayectoria opaca, anónima y utilizada para todo género de intereses no sólo diferentes sino excluyentes a los propios y otra inspirada en el labrado de la más plena realización personal y profesional.

 

Alejandro Solís Villea, Escuela Superior de Comercio y Administración. Instituto Politécnico Nacional.




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario