La
falta de propósitos laborales y personales en la vida mediatiza los ánimos de
progreso y la motivación, induciendo en las personas estados de pasividad y
resignación con daños superiores a los de cualquier exceso o insuficiencia,
manteniendo a una gran cantidad de ejecutivos y funcionarios de amplias potencialidades
al margen del progreso y la más plena realización; para muchos, en lo más
íntimo de las reflexiones personales, es claro que no es falta de oportunidades
o las características ocupacionales lo que limita el avance y el desarrollo
personal, sino la indefinición de metas y
objetivos personales y laborales lo que los ancla y mantiene pasivos y en no
pocos casos, ingenuamente esperanzados.
La principal diferencia entre una
persona con grandes necesidades de seguridad y otra de logros relevantes es, en
lo fundamental, la definición de expectativas y metas concretas en la vida.
Muchos trabajadores reúnen similares capacidades, talentos y voluntades,
emprendiendo sus compromisos laborales con entusiasmo equivalentes, si esto es
así, ¿por qué algunos ven pasar sus mejores años sin alcanzar logros
significativos en las áreas prioritarias de su actividad?
¿Cómo liberar y activar los recursos,
talentos y capacidades de logro que cada uno posee? ¿Cómo acordar la más
honesta colaboración con uno mismo de forma que se definan las condiciones y
auto-compromisos necesarios para alcanzar el progreso, el desarrollo y la
realización deseados?
Para ubicar una respuesta concreta a las
expectativas de avance y proyección, el ejecutivo o funcionario deberá:
- Ubicar (si es el
caso) la presencia de motivaciones y necesidades auténticas que exijan superar
la inercia ocupacional y los diferentes obstáculos (circunstanciales y
autoimpuestos) que mantienen desactivado o aletargados algunas de las más
valiosas cualidades/habilidades personales y profesionales.
- Comprometerse a
alcanzar condiciones plenas de superación y progreso en los momentos “clave” de
su vida personal y profesional.
- Estar dispuesto a
invertir sus mejores esfuerzos y energías en el análisis que le permita ubicar
y descifrar su situación ocupacional actual y, en consecuencia, instrumentar
las acciones específicas que reorienten el rumbo de su vida laboral a niveles
de excelencia personal y profesional.
Estas tres condiciones
se conjugan y toman forma en el escenario que conforman las metas y objetivos
personales por lo que, la realización personal, en el más amplio sentido de la
palabra, dependerá en su parte sustantiva, de que el ejecutivo o funcionario
defina oportunamente metas personales y profesionales realistas retadoras, que
en todo momento motiven el mejor de sus esfuerzos incluyendo el particularmente
productivo “segundo esfuerzo”, en condiciones en que otros se dan por bien
servidos.
Sin metas, el
ejecutivo actuará con precaria eficiencia en la casi totalidad de las
dimensiones que conforman su actividad personal y laboral, debiendo
contabilizar la mediocridad y la frustración como constantes de una trayectoria
errática y aleatoria.
Cuando el ejecutivo
cuenta con 35 o 40 años, hace solo 15 que ha entrado en la etapa de
AUTODETERMINACIÓN, lo que pone por delante más de la mitad de la vida
productiva para ser orientada en dirección de las caras expectativas y anhelos
de cualquier manera y cualquiera que sea la cronología de cada cual, lo cierto
es que solo las metas y objetivos personales y ocupacionales tienen la
prerrogativa de dar razón y sentido a la vida.
Podrían contarse sin
exageración miles de casos de ejecutivos y funcionarios que viviendo la etapa
autodirectiva de sus vidas, no están ni siquiera medianamente satisfechos con
sus actuales logros y condiciones generales lo cual, al margen de ánimos
derrotistas, se explica por el hecho, común a estas personas, consistente en la
inhibición de sus propias energías y talentos que, en otras condiciones
representarían recursos estratégicos en la búsqueda de logros y realización
superiores.
De acuerdo con lo
anterior, se antoja obvio que el ejecutivo debería tener claramente definido el
sentido de su vida, especificando
oportunamente adónde quiere llegar cuáles serán los medios y acciones
intermedias que deberá instrumentar para lograrlo; en estas condiciones el
ejecutivo estaría en condiciones favorables para superar los obstáculos y
problemas naturales inherentes a todo proyecto de vida o carrera, así como para
aprovechar aquellas oportunidades que, planeadas o circunstanciales, le
acercarán al cumplimiento de los objetivos personales y profesionales con los
que en algún momento estableció el más importante de sus compromisos.
El progreso
permanente de cualquier persona en actividades laborales exige disponer de un
esquema balanceado de metas personales y ocupacionales a largo plazo,
instrumentado en planes de acción de corto y mediano plazo; sin embargo, la
experiencia indica que aproximadamente sólo una de cada “100” personas
desarrolla la visión, fortalece la disciplina y se dispone a invertir el tiempo
y esfuerzos necesarios para formular un proyecto de vida y carrera integral,
metódico y sistemático, más allá de deseos efímeros, fantasías inalcanzables y
especulaciones estériles que, en última instancia, ni comprometen ni son
capaces de dar sentido a cada uno de los días del esfuerzo laboral.
Cada uno de esos 99
casos, indefinidos y sentenciados al azar y la mediocridad, no precisan
realista y objetivamente lo que debería ser el propósito de sus vidas, más allá
de la mera subsistencia ocupacional, prefiriendo una criticable audacia que en
los actuales escenarios de amplios retos y crecientes exigencias les obliga a
cada paso, a los más intensos esfuerzos y frágiles improvisaciones para medio
salvar los graves compromisos que en todas las dimensiones plantea la vida
personal y ocupacional dándose cuenta, generalmente demasiado tarde, que si
bien su nave no ha encallado, su ancla ha tocado fondos definitivos.
Resulta paradójico,
pero cierto, que 99 de cada 100 ejecutivos o funcionarios, medren
cotidianamente en lo inmediato y contingente de sus ocupaciones para más tarde
enfrentar la “cruda” del tiempo perdido y su obligado efecto de confusión e
irrecuperable retardo de proyección que los lleva a vivir vidas de autoreproche
y callada resignación.
La ausencia de metas
en la vida resulta tan dañina que, cuando se cae en cuenta de ello, los
ejecutivos despliegan actividades intensísimas (hasta atropelladas) tratando de
recuperar el tiempo perdido, implementando giros radicales en sus roles
ocupacionales los cuales, disparados más
por la frustración y por la hipótesis irreal de “recuperar el tiempo”, los
arrastra a aguas aún más turbias en las que fatalmente se ha de agotar el
calendario de sus vidas ocupacionales.
La semilla de la más
auténtica realización personal se siembra en preguntas vitales como: ¿Qué debo
hacer ahora que me haga sentir plenamente satisfecho de mí mismo cuando a los
70 años haga un balance de mi vida? Cuando un ejecutivo define oportunamente
metas claras y viables en su vida personal y ocupacional, el entusiasmo invade
su actividad cotidiana, considerando que si las metas no empujan, sí halan la vida de aquellos que han tenido
la disciplina para definirlas y el coraje para comprometerse con ellas.
Resulta paradójico,
cómo una gran cantidad de ejecutivos crean sus propios campos de concentración
mental, convirtiendo su actividad ocupacional en esfuerzos apostados a futuros
tan inciertos como azarosos; estas personas viven suponiendo que los “dioses
(amigos, conocidos, colegas, etc.), les serán propicios” sin embargo los
efectos de esta postura tan ingenua como poco digna provocará más tarde o más temprano,
que la voluntad de autodirección se confunda, se disipe y finalmente se rinda a
las buenas voluntades.
En contraste con el
incierto deambular de aquellos ejecutivos y funcionarios que no han señalado
puerto preciso a sus mejores esfuerzos y capacidades, aquellos que han definido
OPORTUNAMENTE él por qué y para qué de sus esfuerzos cotidianos, podrán
enfrentar con confianza y altas probabilidades de logro, casi cualquier dificultad
que pudiera surgir en su camino, pudiendo encuadrar ésta actividad acerada en
la convicción valedera para todo tiempo y circunstancia: “Quién tiene un para
qué…siempre hallará un cómo”.
Si el ejecutivo logra
definir con razonable precisión sus metas en la vida personal y ocupacional,
las dificultades que de una u otra forma deberá enfrentar, adquirirán la
interpretación de retos, en tanto que los ineludibles tropiezos (inherentes a
la condición humana) se tornarán en valioso aprendizaje: asimilar con firmeza
esta convicción significará para el ejecutivo el ejercicio de uno de los más
caros privilegios del hombre superior: LA AUTODIRECCIÓN.
De acuerdo con lo
anterior, las metas en la vida son luz
rectora sin ellas, todos los caminos son oscuros y cuando esto sucede la
existencia entra en crisis, tomando la mediocridad y la resignación al
mundo con las consecuencias de frustración previsibles.
Tomar el ejecutivo
las riendas de su vida, no es cuestión de resurrección cotidiana, es asunto del
más elemental sentido práctico al grado en que, para cualquier ejecutivo o
funcionario un Proyecto de Vida y Carrera podrá hacer la diferencia entre una
trayectoria opaca, anónima y utilizada para todo género de intereses no sólo
diferentes sino excluyentes a los propios y otra inspirada en el labrado de la más plena realización
personal y profesional.
Alejandro Solís Villea, Escuela Superior de
Comercio y Administración. Instituto Politécnico Nacional.
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