Queremos vivir intensamente y sublimamos lo que hacen los otros o lo que
creemos que hacen El peligro de esta idealización es vivir eternamente
insatisfechos y alejarnos más de la felicidad, articulo de Jenny Moix, El País Semanal 3/XI/13.
Toni llega sistemáticamente tarde a todas las
citas. Y si algo le caracteriza es la celeridad. Su tremenda impuntualidad no
se debe, pues, a que sea lento, sino a que su vida la forma una concentración
de actividades pegadas unas a otras. Por muy deprisa que vaya, nunca puede
llegar a tiempo. Una frase lo caracteriza: “No quiero malgastar la vida”. Y
allí se encuentra la raíz de su conducta.
En la sociedad en que vivimos, si
algo nos define es ir acelerados, y no solo en la faceta laboral, sino también
en nuestra parcela ociosa. Huimos de un miedo que tenemos escondido en todas
nuestras células: que llegue el final de nuestras vidas y que nos arrepintamos
de no haberla vivido más intensamente o haberla desperdiciado.
El sufrimiento es algo muy
íntimo. La sensación de soledad, de culpa, las dudas, la negrura que se nos
instala dentro, suele parecernos algo muy nuestro. Propiedad privada. Solemos
esconderlo; los demás, que nos parecen más felices, no podrían entenderlo. Todos
solemos enseñar nuestra cara más sonriente. Así, unos idealizamos la vida de
los otros. Pensamos que detrás de la sonrisa de los demás se encuentra una vida
más fácil que la nuestra.
El bienestar que creemos percibir en los demás
puede llevarnos tanto a la envidia como a la depresión”.
Jesús Gabriel Gutiérrez
Jesús Gabriel Gutiérrez
Las redes sociales multiplican
esta idealización. En Facebook, por ejemplo, muchas personas cuelgan fotos de
sus vidas: suculentas comidas, fiestas con los amigos, viajes alucinantes,
momentos románticos… Nadie cuelga la bronca con su pareja. Así, cuando un
domingo por la tarde sentados en el sofá del comedor nos ponemos a contemplar
esas instantáneas fantásticas de nuestros amigos, nos podemos sentir muy
desgraciados. FOMO (fear of missing out; en español, miedo a perderse
algo) es la nueva etiqueta que ha surgido para esta sensación. ¡Estamos
apoltronados en el sofá cuando los demás están disfrutando intensamente de la
vida! ¡Nos estamos perdiendo algo! Según un estudio, tres de cada 10 personas
con edades entre 13 y 34 años están sufriendo FOMO.
El sentimiento de que la vida
pasa y quizá no la estamos aprovechando como deberíamos también lo aumenta la
cantidad de oportunidades que nos ofrece el mundo desarrollado. Hace solo unas
décadas, la televisión disponía de un único canal; ahora, el número es
apabullante. Parece que en la vida pasa lo mismo. Las opciones se multiplican
constantemente.
Unos días atrás me quedé sin
champú. Entré en el primer establecimiento que vi, pero no encontré la marca
que suelo utilizar. Podía comprar cualquier otro. Pero no fue tan fácil. No
conté los tipos de champú que había, pero no menos de 40. Mis neuronas tardaron
un buen rato en elegir uno. Ridículo.
Según el psicólogo Barry Schwartz, el aumento de
opciones que nos ofrece la sociedad de consumo nos aleja de la felicidad en
lugar de acercarnos a ella. San Francisco de Asís, que afirmaba: “Necesito
pocas cosas, y esas pocas las necesito poco”, seguro que hubiera estado de
acuerdo con él. El incremento de posibilidades aumenta nuestra frustración
fundamentalmente por cinco motivos:
1. El tiempo que necesitamos para elegir. Mis amigos estuvieron durante
mucho tiempo riéndose de mi móvil. ¿Por qué no lo cambias? Me gustaba cuando me
enseñaban las aplicaciones de los suyos, pero pasar de mi simple telefonillo a
un smartphone lo veía una aventura. No tenía ni idea de cómo empezar a elegir,
y pensaba que una vez comprado no tendría tiempo para aprender a manejarlo y
sacarle partido. Invertí muchas horas pidiendo consejo a cualquier persona que
veía con uno en la mano. El análisis produce parálisis. Y así estaba yo,
inmovilizada. Hasta que un día mi hermana me empujó dentro de un comercio para
que me lo comprara de una vez.
2. El espacio que ocupan las opciones. Cuando entre varias
posibilidades hemos elegido una y descartado las demás, en algunos casos las
descartadas siguen estando disponibles, invadiendo espacio en nuestra mente.
Supongamos que nos vamos de fin de semana y decidimos estar desconectados. Y
así lo hacemos; sin embargo, la posibilidad de conectar el teléfono está allí
constantemente. Quizá se nos cruce por la cabeza en varios momentos. Y aunque
superemos esas fugaces tentaciones, necesitamos una mínima energía para
conseguirlo. Las opciones ocupan espacio mental, aunque las descartes.
3. Aumentan nuestras expectativas. Barry Schwartz en una de sus
conferencias explicó que siempre viste vaqueros. Antes era fácil comprarlos,
solo tenías que indicar tu talla al vendedor. Este psicólogo confesaba su mareo
actual cuando el dependiente le pregunta cómo los quiere: ¿talle alto, bajo?,
¿lavados a la piedra?, ¿rotos, cosidos?… “Lo curioso es que ahora que puedo
elegir entre tantas posibilidades estoy menos satisfecho con mi compra… tanto
es así que he tenido que escribir un libro para entender el porqué”, bromea. Se
refiere a su obra Por qué más es menos. Según él, cuando te ofrecen
tantas variedades de un producto, aumentan tus expectativas. En el caso de los
pantalones, piensas que te van a quedar mucho mejor. Y cuanto más altas son las
expectativas, más difícil es que la realidad se acerque a ellas. La
insatisfacción está servida.
Cuando lo que se esperaba era menor, podíamos
llevarnos sorpresas positivas. En nuestros días, esta alegría inesperada es
cada vez menos común.
4. Crece el arrepentimiento. Unos meses atrás, la mujer de un
amigo me invitó a su fiesta sorpresa de 50º aniversario. La celebración
consistió en un día en el campo con muchos amigos y muchas actividades a
elegir. Debías escoger entre unas cuantas: excursión en bicicleta, a pie,
rafting, relajarse en el lago… Todas atractivas. Mi parte sedentaria escogió el
lago, y la verdad es que tengo un recuerdo muy bonito de esa tarde. La compartí
con una amiga con la que hacía tiempo que no coincidíamos, y la conversación
fue de lo más suculenta. Pero… ¿me lo habría pasado mejor si hubiese ido de
excursión? Al final del día, cuando todos estábamos juntos de nuevo, la
pregunta que iba circulando era: ¿qué tal lo habías pasado en bici?, ¿qué tal
el rafting?… Creo que en el fondo de esa cuestión había la necesidad de saber
si cada uno había elegido bien la actividad. No sé si alguien se arrepintió de
la opción elegida. Lo que sí está claro es que cuando crecen las posibilidades
de elección, también lo hacen las de arrepentimiento.
Solo se ve bien
con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”
Antoine de Saint-Exupéry
5. Aumenta el sentimiento de culpa. Cada día existen más tipos de
tratamiento para un mismo diagnóstico dentro de la medicina alopática. Y además
también podemos optar por salirnos de ella y recorrer los caminos menos
“oficiales” de las alternativas. La decisión es toda nuestra. He oído en más de
una ocasión comentarios del tipo: “ha muerto de cáncer, pero es que no quiso
quimioterapia y se fue hacia las terapias naturales” o “se murió porque no
probó otras terapias menos intrusivas y más naturales”. En cualquier caso,
parece que la culpa es del muerto. Horrible.
Tenemos
miedo a desperdiciar la vida, a perdernos algo, pero… ¿el qué? ¿Esa fiesta que
vemos en Facebook, el coche que tiene el vecino, un superviaje como el que hace
nuestro primo…? Realmente la desperdiciamos cuando ocupamos nuestras sinapsis
en: elegir “el mejor” reloj, en idealizar la vida de los demás, en sentirnos
frustrados por no vivir tan intensamente como supuestamente viven los otros…
Inmersos en nuestros montajes mentales sí que nos perdemos algo: apreciar lo
esencial. Bonnie Ware acompañó a muchos enfermos en los últimos días de su
vida. Ninguno se arrepintió de no haberse comprado ese coche o de no haber ido
de vacaciones a no sé dónde. Esas personas, al mirar atrás, confesaban que si
volvieran a vivir, disfrutarían más de sus amigos, no se dejarían acorralar por
preocupaciones nimias, expresarían con más sinceridad sus sentimientos…
Conclusiones lúcidas que propicia la cercanía de la muerte, pero a las que
afortunadamente podemos llegar sin tenerla cerca.
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