Decálogo del Emprendedor de Patricia Ramírez, El País Semanal, 8/IX/13. El emprendedor, entre otros, se define como una
persona:
1.Valiente. La valentía es esfuerzo, es ser capaz de asumir retos
sin miedo. El valiente no es la persona temeraria que salta a una piscina
vacía, sino aquella que valora una situación, la analiza desde distintos puntos
de vista y da un paso al frente. Pero además asume que el fracaso y la derrota
son una posibilidad. No lo toma como algo negativo, sino como parte del juego.
Lo que diferencia al valiente del que no lo es es su desasociación entre
fracaso y game over (fin del juego). El fracaso es aprendizaje: en caso
de no conseguir un objetivo a la primera, hay que volver a intentarlo. La
valentía no es cuestión de genes, sino de actitud y aprendizaje.
2. El emprendedor se siente
motivado cuando sale de la zona de confort. No se trata de huir de lo fácil,
de lo controlable, seguro y tranquilo, pero sí de ser consciente de que ello
puede impedir crecer por el miedo a lo desconocido. Nos gusta controlar, nos da
poder y confianza, y por eso cuesta tanto dar un paso fuera de esa zona
confortable, porque no es un paso en suelo firme. Sin embargo, un emprendedor
asume que es incompatible querer crecer y superarse sin salir del recinto
seguro.
3. Plantearse lo que se quiere. Hay que plantear un objetivo, ver
qué recursos hay para alcanzarlo, y por qué es importante hacerlo. A partir de
ahí, hay que actuar, olvidando excusas que empiezan por “y si…” Si no actuamos,
nadie lo hará por nosotros.
4. Trabajar con un punto de no retorno. Ejemplos de esto se encuentran en
actividades deportivas como la escalada libre, en la que una vez iniciado el
ascenso, dado que no va sujeto a ningún punto de seguridad, no queda más
remedio que terminar la subida. No se puede bajar los brazos ni perder tiempo…
No podemos trabajar con un punto de no retorno todo el
día, pero sí tener el concepto en la cabeza a la hora de emprender. Nada ni
nadie puede quitarnos la idea, porque es un sueño.
5. Pensamiento orientado al éxito y optimismo. Las emociones y las
conductas vienen en parte determinadas por cómo nos enfrentamos a las
situaciones. Hay que tener confianza, verbalizarlo si es necesario: “Puedo
hacerlo, estoy preparado, el que algo quiere algo le cuesta, ¿quién dijo que
esto iba a ser fácil?”.
Si no queremos que algo ocurra, no pensemos en ello.
Los mensajes que anticipan el fracaso aumentan la probabilidad de caer en la
profecía autocumplida. Así que un emprendedor no habla consigo mismo en
términos tóxicos. Todo lo contrario. Su idioma emocional le dice que hay
oportunidades, que existen soluciones y que tiene que intentarlo. Las personas
optimistas procesan mejor la información negativa, evalúan y gestionan el
riesgo con responsabilidad, tienen claridad mental para manejar la información
compleja y por lo general suelen trabajan con mayor creatividad y nuevas ideas.
6. Creer en la buena suerte. Las personas que dicen tener buena
suerte, como ha concluido Richard Wiseman en varios estudios, se orientan hacia
ella. Viven en un mundo plagado de oportunidades que ellos mismos fabrican y de
las que participan. Las personas que creen en la suerte, de alguna manera, la
atraen. Creen que la vida les va a sonreír y si se encuentran con alguien,
generan un contacto; si van a una entrevista, se venden bien; si tienen una
idea, indagan todo para llevarla a la práctica. Invierten más esfuerzo porque
tienen claro que llegarán a su meta.
7. Estabilidad emocional. Un emprendedor no puede ser una
persona con emociones tipo montaña rusa. Más bien trata de manejar sus
emociones. No se pone de los nervios cuando algo va mal, ni eufórico cuando va
bien. Mantiene una actitud serena y equilibrada que transmite paz a los demás.
8. Saber sufrir. Al emprendedor nadie le dijo que sería fácil. Sabe
que se enfrenta a la burocracia, los obstáculos y los errores, incluso a los
que le copian la idea. El emprendedor cuenta con que tiene que invertir tiempo,
dinero, realizar una labor comercial, mantener relaciones profesionales,
comidas y cenas que muchas veces acaban en nada. Pero sabe que esta implicación
y este compromiso son la única manera de dar valor a su idea y luchar por ella.
9. Tener control interno para interpretar el éxito y el
fracaso. Cuando conquistamos o perdemos algo, ¿a qué lo achacamos? Si somos
capaces de ver nuestras fortalezas, las podremos potenciar. No malinterpretemos
la humildad. No se trata de pavonearse y alardear de nuestra inteligencia. Se
trata de detectar qué nos hace competentes, competitivos y eficaces. Las claves
del éxito y el fracaso están en nuestro interior.
10. Ser apasionados. Cuando perdemos la pasión, perdemos todo. Los
profesionales de éxito son personas que se dedicaron a su vocación, a lo que
les apasionaba, sin pensar si convenía o no, si era una profesión con salidas o
no lo era. Cuando se siente pasión, todo fluye y somos capaces de ser creativos
e invertir energía y tiempo sin el coste de la pereza.
Tener ideas
es una labor creativa, ilusionante, pero solo es el primer paso. No deje que su
idea tenga valor a través de otros, no llegue tarde. Un objetivo desafiante
está al alcance de todos. La diferencia está en el esfuerzo, trabajo y
perseverancia que invierten algunos para conseguirlo.
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