Trabajo improductivo es el título del artículo escrito por Luis de la Calle en la revista Nexos, noviembre de 2009; el cual reproducimos a continuación.
El desarrollo, el crecimiento sostenido, la
superación de la pobreza y la mejora de la distribución del ingreso sólo se lograrán
si se acepta la tiranía de la productividad y ésta se incrementa
significativamente.
El aumento deseado es de cinco veces más
productividad por persona en los próximos 20 años. Por supuesto la clave no
radica en dedicar cinco veces más recursos, sino en producir bienes y servicios
con mayor valor agregado, dejar de hacer lo que se hace y concentrarse en
actividades más redituables para generar riqueza.
La declinación de la renta petrolera hace
inaplazable la discusión sobre cómo obtener una alta productividad. Esta
depende de un conjunto de factores, pero vale la pena destacar los más
importantes:
1. Un sistema de incentivos que premie la excelencia y
responda a las necesidades del consumidor. El mercado provee las señales para
producir bienes y servicios de alto valor agregado. Sin competencia es casi
imposible la producción competitiva de alto valor y no hay incentivos para la
innovación continua, para la toma de riesgos, para el avance tecnológico y la
inversión en capital humano. En México la longeva dupla de rentismo –minero,
gubernamental o petrolero - y proteccionismo llevó a desarrollar un sistema
para el aprovechamiento de la renta y a esperar a que se vendiera lo que se produce,
no a producir lo que se vende. Por esto la insistencia en una política
industrial basada en sectores productivos y cadenas productivas que es extraño,
ajeno, a las economías exitosas.
2. Una legislación y mercado laborales que permitan la
movilidad.
Sin ésta se vuelve imposible mudarse a la producción de bienes y servicios de
alto valor y se seguirá produciendo lo mismo a sabiendas que no resulta en el
desarrollo. La movilidad depende de la flexibilidad en el horario y lugar de
trabajo, del cambio de profesión y vocación durante la vida económicamente activa,
de la capacitación continua, de la posibilidad de encontrar vivienda digna de alquiler, escuelas,
hospitales y esparcimiento en las ciudades, de la portabilidad de seguros y
pensiones y, por último, de la flexibilidad para contratar y despedir
empleados. Con frecuencia se percibe que la flexibilidad laboral favorece a los
empleadores, cuando en la gran mayoría de los casos beneficia al trabajador –
en especial a las mujeres – y se convierte en el mejor inspector: el trabajador
con opción de cambio nunca es sujeto a explotación y termina contando con las
mejores condiciones laborales. Pierde el que no puede cambiar.
3. Una clase empresarial dispuesta a asumir riesgos,
innovadora y capacitada. La falta de iniciativa y preparación existe también en el
ámbito privado. El empresario es tan rehén de un sistema de incentivos perverso
como puede serlo un funcionario público o un sindicato: si se puede, es más
fácil buscar creación de riqueza con el menor esfuerzo y pedir al gobierno
condiciones favorables para minimizar la competencia. México se distingue por
la calidad de muchos de sus ejecutivos y empresarios, pero sin duda no se
generan los suficientes. Este fenómeno está relacionado con la alta proporción
de estudiantes universitarios en disciplinas económico administrativas (43.6% del
total de acuerdo a la OCDE) y la baja participación de ingenieros y profesiones
afines con respecto a los países competidores. Otros factores incluyen:
a. La
reciente apertura comercial. Antes de ella no era tan necesario desarrollar habilidades
para una economía moderna y abierta.
b. La
inestabilidad financiera que durante muchos años fomentó la inversión de
capital humano en finanzas.
c. Las
escasas instituciones de enseñanza superior de calidad mundial en el país.
d. Las
distorsiones de mercado que encarecen al ejecutivo mexicano.
e. La
participación insuficiente de estudiantes mexicanos en universidades de
excelencia en el extranjero.
f. Las
empresas familiares que, a veces, no han estimulado la formación de cuadros
profesionales.
g. La
poca delegación de responsabilidad.
h. La
falta de espíritu competitivo y de trabajo en equipo.
4. Un sistema educativo y de capacitación
que se traduzca en una mayor productividad. Aunque con frecuencia
se piensa que las reformas al sistema educativo, cruciales para la
competitividad, sólo rinden frutos en el muy largo plazo, en realidad estos
pueden ser más inmediatos. Prueba de ello son la alta productividad que
despliegan los trabajadores mexicanos capacitados en las empresas de clase
mundial – nacionales y extranjeras – que operan en México, el incremento
significativo en la productividad que experimentan trabajadores emigrantes ante
el cambio de incentivos y provistos de herramientas y tecnología de punta.
5. La vinculación entre instituciones
académicas y programas públicos de investigación y la industria. En
México no existe todavía un sistema suficiente de incentivos para promover no
sólo la investigación ligada a la actividad industrial, sino tampoco el
registro de patentes. Es necesario revisar los esquemas de créditos fiscales
para el apoyo a la investigación y el desarrollo, facilitar su acceso y
extender los beneficios al diseño. Asimismo, no hay en el país una tradición de
ingeniería en reversa por la que han pasado todas las economías
tecnológicamente exitosas.
Al
final del día, el talento es el principal motor del desarrollo y su falta el
principal obstáculo. Durante muchas décadas la presión demográfica y una
población mayoritariamente pobre hacían difícil que el país y las familias
invirtieran para la formación auténtica de capital humano. Una economía del
nivel de ingreso de la mexicana cuenta hoy con los recursos para invertir en
talento suficiente para asegurar el desarrollo. No hacerlo es no sólo miope
como proyecto de inversión de alta rentabilidad, sino moralmente equivocado.
La
formación exitosa de talento se basa en un sistema de incentivos que premie la
excelencia y la creación de valor, la movilidad laboral e instituciones que
fomenten la educación, la capacitación y el desarrollo tecnológico.
De
hecho, las realidades demográficas complementarias en América del Norte dejan a
México sin opción: de no haber un crecimiento exponencial de talento, el
proceso de jubilación de los baby boomers
va a producir una creciente escasez en Estados Unidos que funcionará como aspiradora
del talento nacional – poco o mucho y en todos los niveles y varias profesiones
– que se tenga. La clave consiste en multiplicar varias veces el número de
mexicanos preparados para servir ambos mercados y mejorar el atractivo de
inversión de tal manera que sea más rentable hacerlo desde México.
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